viernes, 7 de junio de 2013

El eterno fugitivo

El eterno fugitivo de la noche
que viene como un soplo de amor al anochecer
y se marcha con la primera luna
que siembra de semillas mi piel
para que ella crezcan las flores más hermosas

El eterno fugitivo que me deja con mis sueños
y el cuerpo suave
que me deja soñando
con otras noches
con otros soplos
con otras lunas
con más semillas

El eterno fugitivo
que no sabe
que no tiene
escapatoria posible

Foto by Eva Mansilla

lunes, 26 de noviembre de 2012

Luz, o no.


Tracy perdió la vista siendo un bebé. Un virus. No tenía recuerdo alguno de la luz ni de lo que significaba. Se adaptó al hecho de ser ciega, de forma natural. Superó todos los obstáculos, e incluso halló belleza en el hecho de que el resto de sus sentidos enriquecían sus experiencias de formas que el resto de los videntes no podían sospechar, ni experimentar.
Un día, su médico le anunció una cura para su ceguera. Un medicamento. Una dosis, y recuperaría la vista. Tracy, por supuesto, aceptó probar el tratamiento. Tomó la dosis prescrita y tras unas horas de sueño y descanso, se despertó con la vista recuperada. Luz. Color. Percibir lo lejano, viéndolo. El cielo. El mar. Volver a conocer a sus amigos, sus rostros.
Ver las cosas venir.
http://cedequack.wordpress.com/2009/03/12/volando-en-la-oscuridad/
Cada mañana se levantaba, abría los ojos y las persianas y lloraba de pura felicidad. Lloraba cada día. No recordaba haber sido tan feliz nunca. No sabría si aquella sensación de felicidad se esfumaría. En su fuero interno esperaba que sí, que con la costumbre se volvería como el resto de personas que veían. Se olvidaría del don de la luz, de la maravilla del color, de la seguridad de ver las cosas venir.
Al final, efectivamente, la felicidad dejó pasar al contento.
Estaba contenta, siempre.
Un día el médico pidió verla. Se había observado en algunos animales de laboratorio una reaparición repentina de la ceguera. La medicación, en estos casos, no volvía a hacer el efecto deseado, y los animales permanecían ciegos. Tampoco a todos los animales les había ocurrido. A unos sí y otros no. No conocían las razones. Tenía que ponerlo en su conocimiento, avisarla.
Tracy volvió a levantarse cada mañana alegre, pero también desolada. ¿Qué pasaría si la ceguera volvía? ¡¡No podría soportar perder toda esa belleza!! La angustia empezó a ser el primer sentimiento que tenía cada mañana. Angustia por perder la luz. Y no sólo cada mañana, sino a cualquier hora del día, cada vez que se era consciente del don de ver. El sufrimiento era enorme. No sabía qué hacer para mitigarlo.
Intentó racionalizarlo. Ahora veo. Ahora veo. Eso es todo lo que tengo. Ahora. Ahora. Miraba el rostro de un amigo. ¿Volveré a verlo mañana? Ahora. Lo veo ahora. Recordaba el rostro de un amigo. ¿Volveré a verlo mañana? Ahora, ahora ves, ahora lo recuerdas, mañana nadie sabe.
Un buen día Tracy perdió un objeto que amaba. Lo buscó por todas partes, pero no lo encontró. No volveré a verlo, pensó. Se quedó triste, pensando que esta vez la visión no había tenido nada que ver en ello.
Ahora lo tengo.
La luz o el recuerdo de ella.
Si tengo la luz, pero no el recuerdo.... ¿qué pasará si pierdo de vista a mis seres queridos? Nada. La felicidad podría seguir ahí hasta que volvieran a aparecer.
Pero... ¿qué pasará si pierdo la luz pero no el recuerdo? El recuerdo seguirá ahí, y ellos también, y además esa forma de sentir enriquecida, y exclusiva. Perdería unas cosas, ganaría otras.
Y por un segundo, la angustia a tener la luz, o no, desapareció.

lunes, 25 de junio de 2012

En ruinas


“Cuando una taza de té se rompe, los japoneses rellenan las grietas con oro. Las cosas que se rompen y se reconstruyen son así más bellas aún, por la historia que cuentan.”

Se resistía a entrar por el marco de la puerta. Sabía que tenía que hacerlo, tenía que buscar sus cosas valiosas entre los restos de aquello que había amado. Llevaba noches soñando con espíritus esquivos pero presentes, que la asían y zarandeaban sin compasión hasta que despertaba del sueño, bañada en sudor.
Aún ahora, creía notar esas presencias allí.
Reunió todo el valor que tenía y dio un paso al frente. La casa estaba desolada. Una sensación de tristeza profunda la embargó hasta el punto de sentirse asfixiada, los ojos rebosantes de cascotes, el cielo lleno de agujeros, las pintadas en las paredes llamándola a gritos. Tenía que subir. Pero la escalera estaba rota, sin los primeros peldaños. Frunció el ceño. Eso no la pararía, escalaría si fuera necesario, haciendo oídos sordos a la voz de la prudencia. Se agarró a los débiles travesaños y trepó como pudo.
Arriba todo era aún más triste. Pisó con cuidado, evitando los boquetes y las maderas podridas. Cada paso tembloroso le recordaba las cosas vividas en esa casa, las peleas, los gritos, los objetos que volaban por los aires para terminar rotos en mil pedazos, los insultos que rompían hasta el alma. Pero avanzó hasta el balcón, se agarró a la balaustrada y miró a fuera, hacia el horizonte.
Fuera estaba el futuro, amaneciendo, lleno de amigos, dulzura, poesía, aventura y alegría. Se quedó un rato allí, respirando el frío aire de la mañana. Cuando volvió la vista atrás le pareció que parte del miedo quedaba allí enterrado, que no podría con ella, que no tenía más poder sobre ella. Bajó con cuidado. Se sintió débil y fuerte a la vez, y no le importó.

Entonces vio el corazón, esa promesa incumplida, una esperanza casi perdida, que no se deja perder porque es eso, esperanza. Acarició la pared llena de orificios de balas. Se sintió morir bajo los disparos. Y luego todo pasó.
Todo pasó.
Volvió a la vida.
Y sonrió.

lunes, 11 de junio de 2012

12/12


“En unos minutos mis parpados cerrarán mis ojos, todo cuanto soy quedará en un sueño...” (J.R.M.)
(Imagen: http://antidepresivo.net/2010/04/15/15-datos-interesantes-acerca-del-sueno/)
Esperaba con impaciencia el momento de acostarse. Adelantaba la hora siempre que era posible. Era de los que dejaban cada mañana el pijama debajo de la almohada, como parte de un ritual que confería al momento de acostarse un halo de instante especial. Levantó la almohada y allí estaba, tal y como esperaba,  perfectamente doblado. Se quitó la ropa y la dejó, descuidada, sobre la silla. Se puso el pijama. Abrió la cama, se sentó al borde, se quitó las zapatillas y se metió en ella, arropándose con el edredón.
Era consciente de que su ropa de cama olía a él, aunque no era capaz de percibirlo con claridad. Sólo sabía con certeza una cosa: aquel era el mejor momento del día, con diferencia. Adoptó una posición fetal, para rotar la cadera poco después y estirar una pierna. Le encantaba esa sensación muscular, contrayéndose primero, relajándose después para deslizarse en el sueño. Disminuyó el ritmo de la respiración y la hizo menos profunda. Dejó que la mente divagara, sin aferrarse a ningún tema,  a ninguna preocupación. Perdía el hilo de sus pensamientos; no le importaba. La frontera, el paso entre la vigilia y el sueño, ya estaba cerca.
Soñaba tanto, y era todo tan intenso, que se acostumbró a vivir una segunda vida en esa tierra sin normas, en la que el cuerpo no pesaba, podías volar en lugar de andar y las situaciones por lo general se solucionaban desvaneciéndose. Adaptó su ritmo de vida a un 12/12. Doce horas de vigilia y doce de sueño. Media vida aquí, media en el país de los sueños.
Después de un tiempo perdió la conciencia del sueño y la vigilia. El mundo de la vigilia se volvió tan surrealista que parecía soñado. Aprendió tan bien a controlar las reglas que rigen los sueños que le parecían vigilias.
Hasta que la conoció a ella.
A partir de entonces aún le importó menos el mundo en el que vivir. Decidió que donde estuviera ella, ahí quería estar.
Ella venía a su habitación con la medicación cada ocho horas.
Y luego, en otro lugar más frágil y etéreo, flotaban unidos en éxtasis sobre una cama blanca, irradiando luz, iluminando el mundo.

(Nota: este relato es de encargo y está dedicado al dueño de un corazón que habito, en sala VIP)

domingo, 10 de junio de 2012

La noche

La noche se desliza silenciosa
sobre la ciudad dormida
oscura
Cojo mis sueños
los envuelvo con indiferencia
y los arrojo al fondo del armario
para velar el sueño de otro
Para tejer tus sueños
duermo despierta.

domingo, 22 de abril de 2012

Mascarón de proa

Mascarón de proa de la fragata Libertad
Mi casa está en el vértice de una uve, como si fuera la proa de un barco. Tiene un gran ventanal, y como es un primero alto veo la calle y los coches que vienen a mi edificio, que está algo apartado y termina en una calle sin salida. 
En realidad termina en la tapia del tren. La vía describe una curva frente a mi casa, y veo y escucho los trenes deslizarse a escasos metros de mi. 
Mi casa no tiene paredes. La única estancia cerrada es el cuarto de baño. Es como una preciosa cueva, mi guarida, mi atalaya. Una sola habitación donde las estancias se funden y confunden: la cocina nueva, funcional y discreta, el comedor funcional con los libros y las flores, la habitación discreta con los libros y la cama y los sueños, el salón con el sofá y las siestas y los sueños, el estudio con el sofá y los libros y las flores. Como en mi cabeza, todo está concectado y todo se distingue. Un refugio en el que soñar y leer y dormir y comer y escribir y recibir a los amigos y a las risas. 
Los trenes vienen y van. Se llevan mis ilusiones. Vuelven cargados de esperanzas. Pasan, como la vida, pasan, recordándome que todo es efímero y presente; que está en mi sangre viajar, volar, o quedarme en mi refugio mirando pasar los trenes con una taza de té entre las manos.

sábado, 3 de marzo de 2012

Sed

Llorar aquí es un derroche.
Saco la cantimplora y me bebo tus besos.
Miro mis bolsillos.
Nada que llevarme a la boca.

Pero no tengo hambre.
Tengo sed.

Delante de mí,
    el frío,
        abrasador,
              desierto.