domingo, 22 de abril de 2012

Mascarón de proa

Mascarón de proa de la fragata Libertad
Mi casa está en el vértice de una uve, como si fuera la proa de un barco. Tiene un gran ventanal, y como es un primero alto veo la calle y los coches que vienen a mi edificio, que está algo apartado y termina en una calle sin salida. 
En realidad termina en la tapia del tren. La vía describe una curva frente a mi casa, y veo y escucho los trenes deslizarse a escasos metros de mi. 
Mi casa no tiene paredes. La única estancia cerrada es el cuarto de baño. Es como una preciosa cueva, mi guarida, mi atalaya. Una sola habitación donde las estancias se funden y confunden: la cocina nueva, funcional y discreta, el comedor funcional con los libros y las flores, la habitación discreta con los libros y la cama y los sueños, el salón con el sofá y las siestas y los sueños, el estudio con el sofá y los libros y las flores. Como en mi cabeza, todo está concectado y todo se distingue. Un refugio en el que soñar y leer y dormir y comer y escribir y recibir a los amigos y a las risas. 
Los trenes vienen y van. Se llevan mis ilusiones. Vuelven cargados de esperanzas. Pasan, como la vida, pasan, recordándome que todo es efímero y presente; que está en mi sangre viajar, volar, o quedarme en mi refugio mirando pasar los trenes con una taza de té entre las manos.