“Cuando una taza de té se rompe,
los japoneses rellenan las grietas con oro. Las cosas que se rompen y se
reconstruyen son así más bellas aún, por la historia que cuentan.”
Se resistía a entrar por el marco
de la puerta. Sabía que tenía que hacerlo, tenía que buscar sus cosas valiosas entre los restos de
aquello que había amado. Llevaba noches soñando con espíritus esquivos
pero presentes, que la asían y zarandeaban sin compasión hasta que despertaba
del sueño, bañada en sudor.
Aún ahora, creía notar esas
presencias allí.
Reunió todo el valor que tenía y
dio un paso al frente. La casa estaba desolada. Una sensación de tristeza
profunda la embargó hasta el punto de sentirse asfixiada, los ojos rebosantes
de cascotes, el cielo lleno de agujeros, las pintadas en las paredes llamándola
a gritos. Tenía que subir. Pero la escalera estaba rota, sin los primeros
peldaños. Frunció el ceño. Eso no la pararía, escalaría si fuera necesario,
haciendo oídos sordos a la voz de la prudencia. Se agarró a los
débiles travesaños y trepó como pudo.
Arriba todo era aún más triste.
Pisó con cuidado, evitando los boquetes y las maderas podridas. Cada paso
tembloroso le recordaba las cosas vividas en esa casa, las peleas, los gritos,
los objetos que volaban por los aires para terminar rotos en mil pedazos, los
insultos que rompían hasta el alma. Pero avanzó hasta el balcón, se agarró a
la balaustrada y miró a fuera, hacia el horizonte.
Fuera estaba el futuro,
amaneciendo, lleno de amigos, dulzura, poesía, aventura y alegría. Se quedó un
rato allí, respirando el frío aire de la mañana. Cuando volvió la vista atrás le
pareció que parte del miedo quedaba allí enterrado, que no podría con ella, que
no tenía más poder sobre ella. Bajó con cuidado. Se
sintió débil y fuerte a la vez, y no le importó.
Entonces vio el corazón, esa promesa incumplida, una esperanza casi perdida, que no se deja perder porque es eso, esperanza. Acarició la pared llena de orificios de balas. Se sintió morir bajo los disparos. Y luego todo pasó.
Entonces vio el corazón, esa promesa incumplida, una esperanza casi perdida, que no se deja perder porque es eso, esperanza. Acarició la pared llena de orificios de balas. Se sintió morir bajo los disparos. Y luego todo pasó.
Todo pasó.
Volvió a la vida.
Y sonrió.